Una compañera estuvo unos días convaleciente y para su sorpresa algunos de los jóvenes que conocíamos vinieron a visitarla y pudo conversar largo y hondo con uno de ellos. Me gustó mucho oírla compartir en la oración que daba gracias no sólo por poder acompañar a los jóvenes, sino porque ellos también nos acompañaban a nosotras. También nosotras estamos necesitadas de su compañía y de su visión, de saber lo que esperan de la vida, de aprender a hablar con ellos en “lenguas nuevas” (Mc 16, 17) que toquen su mundo interior y les descubran su profundidad y su inaplazable responsabilidad con los otros.
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