En la reflexión previa a la oración del Ángelus, el Papa explicó que en el pueblo de Jesús, sus vecinos se escandalizan en vez de recibirlo con fe, porque lo conocían como el hijo del carpintero y de María. “La familiaridad en el plano humano hace difícil ir más allá y abrirse a la dimensión divina”.
A causa de esta cerrazón espiritual, Jesús no pudo cumplir en Nazaret “ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos”. En efecto los milagros de Cristo no son una exhibición de potencia, sino signos del amor de Dios, que se actúan ahí en donde encuentra la fe del hombre y dijo que también Jesús, en un cierto sentido se escandaliza, “la cerrazón del corazón de su gente permanece para él oscura, impenetrable… ¿Porqué no se abren a la bondad de Dios que quiso compartir nuestra humanidad?”.
Aquella que comprendió verdaderamente esta realidad es la Virgen María, beata porque ha creído. María no se escandalizó de su Hijo: su maravilla por Él está colmada de fe, plena de amor y de gozo al verlo así humano y, al mismo tiempo, así divino.
Aprendamos de ella, concluyó el Papa, nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la perfecta revelación de Dios. +