El ejercicio regular favorece la ejecución de las tareas cotidianas y una vida independiente en las personas con alzhéimer.
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Los cambios en el estilo de vida pueden frenar el inicio y la progresión de la enfermedad de Alzheimer. El seguimiento de pacientes a partir de estudios longitudinales de períodos de cinco a siete años han puesto de manifiesto que las personas muy activas tienen un riesgo entre un 20 y un 50 por ciento menor de padecer demencia respecto a personas menos activas.
El deterioro mental progresivo con desorientación, los problemas de memoria y confusión, comunes en la enfermedad de Alzheimer, interfieren con la capacidad para desarrollar las tareas de la vida diaria. Además, el deterioro físico y la pérdida de masa muscular aumentan el riesgo de caída y de fracturas, así como una mayor pérdida de funcionalidad e independencia.