«Por plazas y mercados corría un hombre clamando: -He perdido a mi dios. ¿Quién ha visto a mi dios?- Nadía sabía darle noticias de su dios. A poca distancia el dios de aquel hombre corría extraviado en la misma dirección y ¡He perdido a mi dios! -decía- ¿Quién ha visto a mi dios?
Pequeños dioses imprevistos proliferan y nos repiten en una innumerable desolación de espejos paralelos. Cada cual siguiendo a su dios en el espejo del otro que sigue al suyo. En el mismo lodo todos manoseados. Sólo los locos se apartan y extáticos siguen de lejos el juego de fango y de cristales.»
Américo Ferrari,
de La fiesta de los locos.
Barcelona: Auqui, 1991.